Para un occidental, una estancia en Japón es una invitación a reflexionar sobre el sentido del ridículo. Sobre los amplios significados de sentido del ridículo: “Son gente muy educada y contenida pero, dentro de sus grupos de amigos, se ríen mucho uno del otro y, como están todo el día pendientes de cómo tienen que hacer las cosas, cuando salen y se desahogan, se desinhiben”, comenta Monika. “Por eso tienen tanto éxito las salas de karaoke, que son salas pequeñitas a las que vas con tus amigos de confianza y te matas a beber. Algo parecido ocurre con la ropa estrafalaria: del uniforme pasan al traje de oficina. Cuando pueden vestirse por su cuenta, no hay límite”, cuenta Jordi.
No deja de ser curioso que incluso aquí, en su reverso cultural, Japón reúna a no pocos fascinados. Artistas como Gabriela Diosdado y Domingo Martínez, de Dúo Espacio Creativo
, trabajan con la técnica del gyotaku (estampados con criaturas marinas), o jóvenes ilustradores como
Julia Borrero
encuentran en el manga una fuente de creación. Para la periodista
María Ángeles Robles
, autora de Una senda en la penumbra
. Hacia el corazón de Japón, “sólo podemos llegar a entenderlos hasta cierto punto”. Algo que comprendió, dice, leyendo Elogio de la sombra, de Tanizaki: una especie de tratado de arquitectura sobre la casa japonesa y la vida a su alrededor. “Frente a nuestros ventanales, por ejemplo, las casas japonesas buscan el recogimiento y la penumbra. Empezando por ahí, todo va a ser diferente”. La periodista, que tiene en Japón una patria “platónica” y emocional, destaca la mezcla de brutalidad y delicadeza de la civilización japonesa, su entereza frente a las adversidades y su empecinamiento: “Para lo bueno y para lo malo, son capaces de hacer todo lo que se propongan, son muy metódicos y tienen una gran conciencia de grupo”, explica.
El artista plástico José Alberto López–ha comenzado una serie de collages llamada Texturalezas y está inmerso en un proyecto de cometas pintadas que echarán a volar en el castillo de Sancti Petri– puso en marcha hace unos años, junto a Robles, la muestra Paisaje interior. Arte y sueño en kimono - “que son auténticas escenas orientales en movimiento”, describe-. Para él, la iniciación en el Lejano Oriente llegó con La isla desnuda, una película de 1960 “en blanco y negro pero llena de luz”. Su Japón reúne mucha memoria iconográfica, sentimental y sensorial. “Los peces de colores en el agua cristalina. Los macacos japoneses en saunas naturales. El rozar de los pies sobre las maderas y el correr de los marcos de papel de bambú. Las historias de samuráis enamorados. O esas barcas de un solo ocupante que en la noche encendían sus faroles para atraer a los peces”.
Obra de la muestra 'Paisaje interior. Arte y sueños en kimono', de José Alberto López y María Ángeles Robles.
David B Gil (Cádiz, 1979) es autor de títulos como El guerrero a la sombra del cerezo o Shokunin. Su curiosidad por la cultura japonesa comenzó, como en tantos casos, a raíz de la invasión manga. Después ya pasó a Eije Yoshikawa y Yukio Mishima, “aunque, realmente –reflexiona– no sé poner un kilómetro cero. Desde el principio me han llamado la atención las artes marciales, el manga, Kurosawa... En el instituto, cayó en mis manos la trilogía de Musashi, que suponía ver todos aquellos universos de épica y misterio, a lo Tolkien, hechos realidad”.
“Lo curioso es que tienen una atractiva industria cultural, muy potente, que son reacios a exportar. Los primeros editores de manga en España, de hecho, tuvieron problemas para convencer a los sellos japoneses de que su producto podría ser de interés aquí... –ilustra–. Ellos desarrollan una cultura pensando en el consumo interno pero, de alguna manera, ha calado profundamente en el resto del mundo. Más allá de los videojuegos, o de fenómenos como Dragon Ball, hay autores como Murakami, que son de los más vendidos aquí, o chefs españoles que te dicen que el sushi es ya un plato tradicional en España”.
'A la sombra del cerezo', (Suma de letras) y 'Las grullas de Hokkaido', (Isla de Siltolá).
José María García López presenta en la Feria del Libro de Sevilla Las grullas de Hokkaido (Isla de Siltolá), dentro de los actos conmemorativos del 150 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre España y Japón: una novela compuesta por una serie de quince historias con un hilo conductor, que pueden leerse de forma independiente. “Para el sintoísmo –cuenta–, la grulla es un signo de buena suerte y de longevidad”. García López recupera su simbolismo para hacer, primero, una especie de “refundación de las antiguas leyendas, a lo Historia universal de la infamia, sólo que algo más verosímiles, y después se van incluyendo distintos episodios históricos hasta nuestros días”.
Desde hace un par de años, José María García López ha comenzado a introducirse “algo más en serio”, en la cultura japonesa, aunque siempre le habían atraído “muchas cosas del país, especialmente, todo lo que tiene que ver con su carácter poético y sintoísta”:“La mentalidad japonesa es difícil de entender para nosotros, pero a nivel estético conectamos muy bien, aunque también seamos distintos. Nada ilustra mejor esto –asegura– que sus intervenciones en el paisaje, que muestran el gran respeto que sienten por la naturaleza: apenas hay rupturas”.